34 Maratón de Hamburgo
29/04/2018

Tiempo: 3:28:17

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La maratón del 2018 es en Hamburgo. 29 de abril. Una muy buena fecha para llegar con una buena preparación antes del calor, y en un puente de 5 días en Madrid.

Para asegurar descanso, vamos Carmen y yo, dejando al peque con mi madre. Así aseguramos dormir al menos la noche anterior a la carrera y afrontar más descansado el reto. Todo está organizado desde finales de 2017.

No conozco Hamburgo, pero se presenta como una bonita ciudad a nivel del mar, no difícil de correr y con un recorrido turístico interesante.

El objetivo sigue siendo el mismo: completar la Maratón en menos de 3h. Es un reto y tiene que ser una realidad. Pondré todo de mi parte para conseguirlo.

Un mes antes de la fecha, fallece el padre y tío de Carmen. No es lugar para comentarlo, solo que los sentimientos hacen mella personalmente.

La misma semana de la maratón operan a mi padre. Viaje a Badajoz en tren de 6h30′, una noche en sillón del hospital, viaje de vuelta en tren de 6h… Llego a Madrid el jueves por la noche, y a 3 días de la Maratón, me encuentro bastante cansado.

Nada de esto estaba previsto, pero la vida cambia a diario y hay que intentar adaptarse a las circunstancias. De todas formas, mi mente solo piensa ya en descansar y en el sub 3.

Dos noches de descanso completo y volamos a Hamburgo. La ciudad nos sorprende gratamente. El hotel a 300 metros de la salida y a 600 metros de la recogida del dorsal. El sábado por la tarde ya comienzan los nervios de la maratón y comienzo a ser consciente que mañana corro una maratón. No lo había asimilado prácticamente hasta que no recogí el dorsal el sábado tarde. Ya solo queda una buena cena y descansar lo máximo posible hasta el comienzo de la carrera.

El domingo me levanto con muchas ganas. Un poco tarde pero justo para desayunar y coger fuerzas. También estiro un poco en el hotel y salgo con el tiempo justo para ir a línea de meta casi sin calentar. Calentamiento en estático de pies, rodillas, pulmones… Con más nervios que ganas de correr. Entro en mi cajón con Carmen al otro lado de la valla, me intento concentrar, pero aún no soy del todo consciente de que tengo que correr una maratón.

Dan la salida y me lanzo a ritmo de pelotón para ir calentando piernas, dejando a mucha gente animando y alejándome de la salida, sabiendo que me quedan 42 kilómetros para terminar.

Vamos hacia el barrio de Sant Pauli, donde subimos varias cuestas largas pero leves. Vamos por el interior del barrio, pasando por toda la zona de casas interiores de pescadores y trabajadores del puerto. Es una parte bonita de la ciudad, pero humilde a la vez. Así transcurren los 7 primeros kilómetros. Las sensaciones son buenas, pero solamente estoy calentando. Llevo 4 geles, y decido tomarme uno cada 9 kilómetros, para intentar darme un soplo extra de fuerza a partir del 36.

Llegando al kilómetro 7, siguiendo por Sant Pauli, torcemos hacia el puerto, donde recorreremos los siguientes 6 kilómetros. A partir de aquí, se ven los buques de carga, las grúas y los containers. Esta parte es mucho más amena, y se baja todo lo que subimos por la paralela del barrio. En el kilómetro 8 comienzo a hablar con un corredor de Madrid, con el que compartiré los 17 siguientes kilómetros, ya que tenemos un objetivo común del sub 3h. Llevamos a veces un ritmo más elevado del 4’15» y lo voy frenando para reservar fuerzas de cara al final de carrera.

Nos adentramos en el centro de la ciudad a partir del 13, pasando cerca de Central Station y dirección al lago Alster, donde me espera Carmen en los kilómetros 16 y 17,5. La veo en un lateral cerca del lago y grito para que me vea. Necesito el revulsivo. A esas alturas, me noto los cuádriceps un poco más cargados de lo habitual. No importa, sigo al mismo ritmo y controlando el tiempo. Voy como un minuto por debajo del tiempo deseado. Hace calor durante la mañana, ya que ha salido el sol y no sopla nada de aire.

Tras rodear la parte pequeña del lago, veo a Carmen y nos dirigimos a la parte norte de Hamburgo para realizar la mayor parte del recorrido. Me sigo notando cargado, pero continúo con el tiempo. La parte de subida a la ciudad tiene varias subidas, no muy fuertes, pero si prolongadas de más de un kilómetro. Voy bebiendo en todos los avituallamientos y echándome agua por la cabeza para refrescarme.

Según van pasando los kilómetros, noto que las piernas no aguantan el ritmo que les estoy poniendo. Intento luchar contra ello pero veo que se va agotando la gasolina. En el kilómetro 27 me he tomado ya tres geles. En un avituallamiento, al coger agua, aprovecho para andar un poco y beber tranquilo. Me pide el cuerpo andar y mi compañero se me distancia.

Veo que no puedo seguir el ritmo. Veo que se va mi compañero y no puedo alcanzarle. Intento reponerme y mantener un ritmo para conseguir el sub 3h, pero aguanto solamente hasta el kilómetro 29.

En este punto, pasado un arco en el punto kilométrico 29, comienza la segunda parte de la carrera y lo que va a ser la parte más importante de mi maratón. Comienza la lucha (o la guerra más bien).

Kilómetro 29. Se me agarrota el isquio derecho y se me suben a la vez los dos gemelos.

Tengo que parar porque con la pierna derecha no puedo ni caminar. Estiro todo lo que puedo para intentar desbloquearme. Durante ese tiempo pienso de todo: abandonar, coger un taxi, ir hasta el metro (no sé dónde ni si llegaría), llamar por teléfono a Carmen, salirme de la carrera y sentarme… Me vengo a bajo ya que veo seguro totalmente imposible y casi improbable terminar la carrera. Pienso en saltar la valla para que me ayuden a estirar, pero no me fío que me puedan hacer más daño del que llevo encima. El público no para de animar.

Sigo estirando y doy una voz para desahogarme. Me digo que tengo que llegar a meta. Me he visto desde hace mucho llegando a meta, imaginando ese momento. Sé que puedo hacerlo, sé que mi cabeza llega, sé que quedan aún 13 kilómetros y me duelen todas las piernas. Esto es la maratón y se me está presentando su dureza por primera vez. Voy a por ti.

Comienzo a trotar y veo que las piernas responden. Aumento el ritmo y me pongo a unos 4’30» – 4’40» y voy bien. Sería perfecto poder aguantar así hasta la meta.

A unos 600 metros de haber arrancado, se me sube un gemelo. Tengo que volver a parar y estirar de nuevo. No va a ser tan bonito como esperaba tras el parón.

Ando unos metros y sigo trotando. Aguanto unos 500 metros y tengo que parar a caminar. Tengo los gemelos y el isquio asomados para subirse en cualquier momento. El cuerpo no me da para más de 600 metros seguidos corriendo. Veo una ambulancia y entran ganas de parar. También dan masajes. Sigo y sigo viéndome pasar la meta. Continúo corriendo otros metros.

Voy bebiendo agua y mojándome la cabeza en todos los avituallamientos. Aprovecho para andar y beber tranquilamente cada vez que hay uno. Cada vez hay más corredores andando. El público no para de animar. Está totalmente volcado con la carrera.

No paro de mirar el reloj. No veo el tiempo casi ninguna vez, solo estoy en mente con la cuenta atrás de kilómetros. Quiero ver el 42 cuanto antes.

En el kilómetro 33 veo masajistas y 3 camillas. Me paro y pido masaje en isquios y parte alta de los gemelos. Necesito ayuda extra.

Intento correr un kilómetro seguido pero cada 600 metros (aproximados), tengo que parar a andar. Se me suben los gemelos 5 o 6 veces más, y por tanto, tengo que parar a estirar. El isquio derecho otro par de veces… Sigo mirando el reloj para ver los kilómetros que faltan. Se me hace eterno. Aprieta el sol, el calor. No importa, cuando cierro los ojos, me sigo viendo llegando a meta. Sé que puedo. Es cuestión de tiempo (y mucho esfuerzo). Es cuestión que las piernas permitan acatar a la cabeza.

El último gel ni me lo tomo. No creo que me pueda ayudar. El cuerpo pide agua, aparte de llegar a meta de una vez.

Kilómetro 35, 36, 37… no paro de mirar el reloj, restando para 42. El tiempo no importa. El dolor no importa. Ya solo queda la meta.

Los corredores me adelantan constantemente. Alguno anima. El público se vuelca en cuanto se acerca la meta y ve que estás cerca. Corro 600 metros, ando 100 metros. Arranco, paro, bebo muchas agua, tengo que estirar de nuevo. Esto es un bucle constante, y sé que cuanto más me embuclo, menos queda para cruzar el arco.

A 2 kilómetros una señora no deja de animarme a voz limpia para que siga corriendo. Incluso se pone a correr a mi lado. Al final, le doy las gracias y me hace arrancar la marcha. Gracias de nuevo, seas quien sea.

Me adelanta un corredor y me hace gestos para que sonría. Estoy yo para sonreír, para hacerle dicho algo. Pero en cuanto pasan unos segundos, me doy cuenta que tiene toda la razón. Ha yque sonreír. Queda un kilómetro y estoy acabando. Sonrisa de oreja a oreja (o lo que pueda).

Estoy haciendo cálculos para aguantar el último kilómetro corriendo. Para aguantar y pasar la meta al trote. El público se vuelca. Ve a Carmen en en la curva de llegada. La saludo, le enseño las iniciales de PHC en el brazo y sigo hacia el final.

Alfombra roja de últimos metros. La alegría me invade. Por fin lo voy a conseguir. Ya no hay dolor. Mantengo el ritmo y acabo el último kilómetro entero corriendo. Levanto los brazos al pasar por meta. Paso a 3:28:17. Se me pasa de todo por la cabeza.

A 100 metros de la meta, me doy cuenta del esfuerzo que he realizado. Ha sido muy duro. Quizás lo más duro físicamente y mentalmente que he realizado. Lo he conseguido. Por un momento se me saltan las lágrimas. Esto lo tengo que asimilar. ¡Tengo la medalla! Estoy muy orgulloso de mi mismo. No me caben las palabras para describir la gesta. Es todo muy personal. Es muy bonito, durísimo.

Ahora hay que comer, beber y reponerme. Estirar bien, mucho, todo. Lo único que me apetece es tumbarme y descansar. Repasar la carrera. Absorber lo que hice y lo que conseguí.

Ha sido una experiencia muy buena. Un reto impresionante. No ha sido una Maratón más. No ha sido otro sub 3h. Ha sido la Maratón más dura. Quizás la más bonita. La que más me ha enseñado y motivado. Es una Maratón que no se me olvidará en la vida.

Que respeto me das Maratón.

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